dissabte, 21 de setembre del 2013

Intelectuales sin excusas


En respuesta a estos artículos 
de Elvira Lindo y Antonio Muñoz Molina 
publicados en "El País".








Antonio y Elvira recogen el encargo. El reto es mayúsculo, estratégico; insólito a día de hoy. El reto de proporcionar, desde posiciones progresistas, una respuesta ni sonrojante ni energúmena al sentimiento catalán. 

Unidos por el matrimonio y por una pulsión por levantar acta ante las realidades sociales más trascendentales, la feliz pareja de escritores —narrador comprometido, él; Manolito Gafotas, ella— abre ese botecito de barniz que sólo poseen los elegidos y resuelve dar una fina pátina sobre la madera descascarillada —y poco progresista, para qué engañarnos— de la unidad territorial indisoluble.

Y es que las élites intelectuales de la izquierda observan paralizadas como el perro hambriento de la derecha se ha hecho ya con el filete. A día de hoy, todo el protagonismo recae sobre el exabrupto político engominado; sobre el improperio primario e hiriente; sobre el gesto atemorizante sin veneno ni sustancia. Ante este estilo tan ridículo como descorazonador, erigido ya en monopolio portavoz, Cataluña dice adiós reconfortada en su fortaleza gracias al pobre talante de su interlocutor. 

La derecha, impúdica en sus formas, encuentra en éstas un catalizador para ahondar en su gestualidad marcial —qué profundo sigue calando en su parroquia el ademán autoritarísimo— y actúa más bien para el aplauso de propios que para el convencimiento de ajenos, erizando vellos democráticos más allá de nuestras fronteras, aireando la sábana raída del imperialismo para acabar entregando en brazos del independentismo un número nada despreciable de catalanes indecisos. 

Pero volvamos a nuestra pareja que nos otea críticamente desde su residencia en Nueva York. ¿Qué papel juega entonces la izquierda intelectual? ¿Qué oportunidad se presenta?¿Puede articularse un no progresista y medianamente inteligente a la independencia?

El examen es, pues, para nota. Y "El País" juega sus cartas reclutando intelectuales que quieran prestarse a la tarea de diferenciarse estilísticamente de la derecha  —sí, estilísticamente, no hay más que matices en esta suerte de menesteres territoriales— dándose un bañito de innegable encanto bohemio, rentando una columna al bufoneo, al pavoneo barroco, a las posaderas privilegiadas y felizmente acomodadas en uno de los sillones numerarios de la Real Academia de la Lengua Española. 

Turbio cometido el de arrimar el hombro con la derecha, eso sí, sin tocarse y con todo el pudor político que merece la ocasión. Turbio trasfondo el de reaccionar tarde para desacoplar la unidad de España del imán de la derecha. Turbia la pausada moderación progresista, profiriendo poesía sobre el “mejor unidos” con un guiño y una sonrisa elitista en la boca, invitando a degustar imposturas cosmopolitas de vuelo gallináceo y tinte moderno. 

Insuficiente, ese toque humorístico —la derecha sigue afortunadamente desprovisto de él— con el que Antonio se despacha con efectista displicencia y ánimo pedagógico. Y enternecedor el súbito filantropismo por unas mayorías silenciosas que Elvira percibe desconsolada en la intimidad de su correo privado.

Aguar el sentimiento de un pueblo y relegarlo a mera caricatura es un ejercicio estilístico hilarante y efectista, no vayamos a negarle mérito; y sí, también una acrobacia ciertamente profiláctica cuando se cuenta con la red de la complacencia del poder —algo poco consecuente con la trayectoria reivindicativa del académico en favor de los derrotados—. Bastaría, por ejemplo, con cambiar la foto que encabeza el artículo por el de una multitud enarbolando banderas rojigualdas: el texto no perdería ni un ápice de coherencia, lo que nos proporciona una idea exacta de la profundidad de ciertos argumentos.

Pero ya nos han presentado disfraces progresistas como el que nos ofreces, Antonio, y las deshiladuras están bien visibles: una lectura medianamente crítica te despoja enseguida de guindas barrocas y destellos estilísticos. Una vez desnuda, tu exhibición queda irremediablemente postrada a la altura de una burda burla de bar, cuyo máximo requerimiento intelectual demanda escupir con urgencia el mondadientes de los labios, darte una palmadita en la espalda y soltar una sonora carcajada. Una muestra de afecto que bien podría darte mañana alguno de tus nuevos lectores de extrema derecha. 

El bote de barniz del que hablaba antes se reseca con los años, de tanto abrirlo. Y es una pena contabilizar, entre las aperturas alicortas de escritores como vosotros, divertimentos estilísticos y fantasías filantrópicas con más autocomplacencia que sustancia. 

La izquierda intelectual española —la de verdad, atenta a las causas nobles, la que jamás pondría excusas a la voluntad democrática de millones de personas— no debería dejar pasar esta oportunidad de dejaros en evidencia.